Es mentira. Puedes implicarte, puedes rastrear las huellas, sentir el peso de las ausencias. Puedes trazar genealogías, descifrar ovillos de recuerdos, rendirte a la arrebatadora fuerza de una imagen, sentir la cercanía, delirar sobre la estética y el tiempo. Testimonio: de vidas, de muertes, de mentiras vividas como verdades.
No es tu vida, no es tu vida.
Y el escalofrío complacido, el placer que obtienes al perderte en constelaciones ajenas no es comparable siquiera (mil veces menor, diez mil veces menor, cien mil veces menor: el eco apenas) al mordisco en el alma, al impacto brutal que desde la boca del estómago accede, amargo, imparable veneno del tiempo, hasta la mente, cuando, magdalena de sales de plata, una imagen despierta un fantasma acechante en tu memoria.
Tu memoria. Tu vida. Tu condena.
Los fantasmas de las imágenes tristemente felices me perseguirán para siempre.