17 julio 2007

Efigies y montañas

No recuerdo cuando empecè a considerar la escritura como una forma de sufrimiento. Podría no complicarme la vida, recurrir a Miguel Angel, y explicar que escribir es como hallarse delante de un bloque informe de mármol e intuir una forma en su interior: una forma preexistente que espera sólo (sólo?!) que alguien agarre un cincel, se remangue, y con esfuerzo y paciencia elimine lo superfluo hasta extraer el corazón delicado de la piedra, descubriendo una efigie que el artesano no podrá siquiera reclamar como propia, pues la efigie misma lo ha precedido y guiado en su trabajo.


Pero, en realidad, escribir es para mí como hallarse al pie de una montaña. Desde allí es posible contemplar la cima, distante y entre las nubes. Sabemos que está lejos, que será necesario un lento avance hasta conquistarla, pero todo esto lo sabemos de un modo abstracto e inconcreto. Desde abajo trazamos mentalmente un camino seguro hasta la cumbre; sin embargo, una vez que empezamos a caminar, la mirada se vuelve hacia el suelo y se concentra en cada uno de los guijarros del camino que serpentea. Mientras subimos fatigosamente, sollozando a cada paso, no parece que las piedrecillas del sendero guarden relación alguna con el trazado límpido que en nuestra imaginación nos conducía hasta lo alto de la montaña.

Nada de esto describe sin embargo lo que verdaderamente me sucede al escribir. Si acaso, lo más parecido sería descender en bicicleta – una de esas bicis resistentes, con amortiguadores y todo – por la ladera de una colina. Mientras estamos arriba y el viento nos refresca el rostro, la bajada parece una simple cuestión de voluntad: torcer a la derecha en vez que a la izquierda, escoger ese u otro sendero. Una vez que uno se lanza, y a medida que adquiere velocidad, todo se vuelve a la vez más sencillo y más confuso. Descendemos de prisa, de eso no hay duda, pero los atajos y las rutas que pensábamos seguir van quedando a la espalda o a los lados: es la colina la que determina nuestro camino.


Aunque, pensándolo bien, si pudiese en cierta manera definir la escritura sin pasar a través de la propia escritura – sin tener que plegarme a su tiranía – diría que escribir significa tratar de subir y bajar al mismo tiempo la montaña. Ahí radica la impotencia y la tortura.

1 comentario:

tempestaire dijo...

Efigies y montañas ©. Paolo Coelho Jr., 2007.