30 enero 2009

A night with... The Wave Pictures

Sí, tengo muchas cosas pendientes, y no sólo (no precisamente) aquí. Pero es de nuevo urgente que me dirija ustedes, amigos lectores, para confirmar su presencia en el que será el concierto del siglo en Galicia. Notarán que escribo confirmar: no solicitar, fomentar o promover. A un concierto de The Wave Pictures, a 90 kilómetros de casa, un sábado, a 6 euros la entrada, se va y punto.

Qué voy a escribir de ellos que no haya(n) hecho ya? Si acaso que, por fin, los he visto en directo. Les dejaron tocar cuarenta, al máximo cincuenta minutos. En lugar de repasar a cascoporro las deliciosas canciones que contiene su disco de debut (escogido hace nada más mejor disco del año en un respetable foro del interné) los emplearon en sorprendernos con temas inéditos, versiones, oscuras caras b. Fue, huelga decirlo, un concierto espléndido.

No admito réplicas, discusiones o excusas. Mañana, pasado a lo sumo (las entradas están volando, la gente no es tonta) quiero que me confirmen si tienen previstas bodas, extirpaciones de amígdalas u otras causas de fuerza mayor que les impidan estar el 18 de Abril en Coruña. En caso contrario les quiero ver allí, reverenciando la música de esta enorme pequeña banda, de este néctar para masas, de este milagro pop.

Edito para añadir que el menda lerenda está asombrado barra encantado con su actual poder de convocatoria. Entradas en el buche.

28 enero 2009



Miguel Muñiz. Bosque.

27 enero 2009

Wilco

El tiempo urge, las entradas para su concierto en Santiago se agotan y yo tendría que estar durmiendo o produciendo, así que seré breve. No conozco otra banda en el mundo con una trayectoria en los últimos quince años como la de Wilco. Cinco discos magníficos (colaboraciones y directos a parte) y un repertorio abrumador, consolidado a lo largo de los años: un cancionero sin parangón en el rock contemporáneo, que les permite cambiar el guión prácticamente cada noche, sin altibajos, reinventándose a cada nota.

Nacida a raíz de la escisión de Uncle Tupelo, la banda ha ido mutando, cambiando de formación y discográfica, explorando nuevas estructuras y nuevos territorios sonoros bajo la dirección, dictatorial pero inspirada, de Jeff Tweedy. Progresivamente, Wilco ha enriquecido ese rock de raíces del que partieron allá por mediados de los noventa, ese alt country compacto del que presumían en A.M.. Ya el posterior Being There, disco doble eclético, complejo, ambiguo, daba muestras del inquieto trabajo de la banda: irresistibles perlas de tres minutos a guitarrazo limpio se alternaban con piezas más oscuras, o con gloriosos experimentos sonoros de seis minutos.

Fue sin embargo el tercer disco de Wilco, el delicioso Summerteeth, el que catapultó a la banda a un nivel decididamente superior en el que siguen instalados. Obra agridulce, frágil, inestable, acusada en ocasiones de superproducción, con una desnudez lírica que roza otras veces la pornografía emocional, Summerteeth es aún hoy su disco más pop, a un tiempo triste y soleado, por igual dulce y melancólico, inmediato y duradero.




Embalados artísticamente, Yankee Hotel Foxtrot se ve con perspectiva como otra obra mayor, a pesar de los problemas que rodearon su concepción: rechazo de la discográfica, ruptura de contratato, discusiones internas. Elegante, complejo, contundente, la paleta de Wilco se amplia con el disco, su repertorio crece, y se allana el camino para la segunda gran cumbre de su discografía. De hecho, A Ghost is Born es una cumbre a secas: una obra maestra cuyos primeros tres temas son respectivamente la gran llamarada guitarrera de lo que llevamos de milenio, un prodigio de delicada belleza a base de susurros y pianos, y una alucinada e inexplicable pieza krautrock. Tras semejante arranque, el album sigue indemne su camino, canción tras canción, hasta dejarnos sin aliento.

El por ahora último trabajo de Wilco es también su único (relativo) fracaso: tras la riqueza, variedad y complejidad de obras anteriores, Sky Blue Sky, sus melodías limpias, su tono soleado y transparente, parece suponer en cierto modo un pequeño paso atrás en la trayectoria siempre ascendente de la banda. Es también cierto que, a parte de resultar un disco globalmente más que digno, contribuye con al menos cuatro o cinco perlas a ese catálogo de cuarenta, cincuenta canciones a partir del cual Wilco compone su directo. Uno ha podido disfrutar del mismo en un par de ocasiones y se siente en condiciones de afirmar que Manolo García, acompañado por semejantes elementos, podría sonar como... En fin, seguiría sonando, temo, como Manolo García, pero el que aquí escribe estaría dispuesto a pagar para verlo; Dios sabe si esta no es una valiente declaración.

Lo suyo sería ponerles una radio, pero, como saben, tenemos ciertos problemillas de copirrai. Me he permitido hacerles un recopilata, obviando eso sí temas del A.M., que no tengo a mano. Las entradas, como he dicho, vuelan. Interesados aquí, o contacten con el autor. Gensanta, y yo que quería ser breve.

24 enero 2009

... y cien

Así es. Este blog, que pronto cumplirá dos añitos de existencia, ha llegado trabajosamente hasta su post número cien. No ha sido fácil, con esos largos paréntesis de desidia e inactividad, pero parece que en los tres o cuatro últimos meses, coincidiendo con una cierta reorganización existencial de su autor, Xanaz ha resurgido con fuerza. Atrás quedan venerables ancestros, compañeros de batalla más o menos abandonados, frustrados proyectos paralelos. Seguimos con nuestros cuatro o cinco lectores fieles (sí, me incluyo para inflar las estadísticas) y con una serie de visitantes puntuales, internautas descarriados en busca de las cosas más peregrinas. No importa: como ya he explicado alguna vez, Xanaz no pretende ir más allá del placer onanístico predominante en la web 2.0.

Seguiremos dando guerra por aquí y, temo, empleando este horroroso, engolado, burocrático plural mayestático. Me parece increíble que en estos años no haya escrito aún los posts que en su momento me llevaron a crear este espacio, que no haya hablado aún sobre las cosas que quería compartir: Stefano Ricci y Come back Africa, Jannis Kounellis, viejas películas familiares, anécdotas absurdas sobre Howard Hawks, Il Grido, cielos raros y personas comunes, conciertos, Nan Goldin, viajes, Hong Sang Soo, (aún más) miserias varias. En las próximas semanas intentaré terminar la serie iniciada tiempo atrás sobre el western; reflexionar sobre Zoe Leonard, Wolfgang Tillmans, Bacon, la fotografía, el cine; desahogarme por fin a propósito de las miserias del espectador de Cineuropa, recomendar algunas películas; hablarles sobre las sombras de chimeneas que se dibujan enfrente de mi ventana los domingos por la mañana, mientras escribo; saquear la memoria y el pasado, proyectar el futuro.

Gracias por sus visitas.

23 enero 2009

Diacronía


Caravaggio. La incredulidad de Santo Tomás (detalle). 1602.

















Jean Le Noir. Libro de las Horas de Bonne de Luxembourg.
En torno a 1340.















Lucio Fontana. Concetto spaziale: Attesa. 1960







Gustave Courbet. L’origine du monde. 1866









20 enero 2009

Ups!

Quizás se estén preguntando por qué demonios, para una vez que se me ocurre actualizar la radio del blog, las canciones se cortan a los treinta segundos. Investigando un poco he descubierto que mi querido servidor anda envuelto en pleitos por temas de copyright, derechos de autor y la letanía habitual. La parte demandante viene siendo en este caso, ejem, la Time Warner, una de las mayores multinacionales del planeta, lo que implica que

a) Las canciones publicadas por Warner introducidas en la radio son automáticamente convertidas en samples de treinta segundos. Así, a ojo, deben de tener en cartera un tercio de las bandas del mundo mundial.

b) El fundador de Imeem lleva unos meses sin aparecer por el trabajo. De su apartamento, dicen, salen de cuando en vez sonidos confusos de lloros y maldiciones.

Mientras decidimos si entrar en el asunto con todo el peso legal y mediático de nuestra poderosa organización, procuraré sustituir los temas en cuestión por otros más blog-friendly. Disculpen las molestias.

19 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007: parte three [sic]

Vic Chesnutt – North Star Deserter

A pesar de sus veinte años de carrera discográfica, de discos más que notables, de colaboraciones y admiradores selectos, la historia personal de Vic Chesnutt, el personaje y sus fantasmas, parecía oscurecer hasta ahora su legado musical. North Star Deserter es una obra cuyos ecos resonarán aún cuando el mundo haya olvidado la azarosa vida de su autor. El disco no significa en modo alguno una ruptura con sus trabajos anteriores, pues la guitarra de Vic, su voz aguardentosa e imprevisible y su escritura agria, irónica, salvaje y sucia siguen siendo los ejes del discurso. Simplemente una conjunción afortunada de elementos lo catapultan a un nivel superior, el de los clásicos inmediatos. North Star Deserter es un disco de atmósferas, pero es también un disco de canciones: salvando las distancias, me viene a la cabeza el último gran Dylan del Time out of mind.

Aunque los temas saltan aquí del rock inflamado y ruidoso de Deebriefing a la desnudez árida de Warm, del pop sardónico y sin embargo hermoso de You are never alone al desafío exaltante en Everything I say, un cierto tono, una luz particular, quizás un estado de ánimo, unifican y potencian el conjunto. Es difícil dilucidar qué parte del mérito corresponde al artista, qué parte al conjunto extraordinario de músicos que lo arroparon durante las sesiones de grabación y qué parte en fin al productor (y autor además de la bellísima portada) Jem Cohen, que, no se lo pierdan, se gana la vida dirigiendo documentales. Aunque quizás tenga sentido, después de todo: North Star Deserter tiene la belleza hipnótica de las grandes obras cinematográficas, induce a una suerte de ensoñamiento contemplativo que nos distancia de la realidad de nuestro propio cuerpo y nos permite observarnos, asombrados, a través de la mirada de otro. Escalofríante.



Triángulo de Amor Bizarro – Triángulo de Amor Bizarro

Un mordisco en un ojo. Esa es, a bote pronto, la impresión que deja el disco de debut homónimo de Triángulo de Amor Bizarro. Uno, dos, tres temas, y a los nueve minutos el oyente está ya sin resuello; en parte por culpa de las líneas de bajo salvajes que cabalgan desbocadas al inicio del disco, en parte por la mezlca de carcajadas y ahogo con las que se acoge cada nuevo, sardónico e irreverente verso. Entonces, pista cuatro, arrancan los acordes prodigiosos de El fantasma de la Transición: imposible balada shoegaze, melancólica, misteriosa, mágica. Cuando uno tenía ya en la punta de la lengua toda la retahila – ruido, suciedad, ritmos brutales, Velvet, años ochenta, Kevin Shields, pedales, hipnósis, distorsión – los cabrones remezclan las cartas y presumen de corazoncito pop. Pop ramoniano en cualquier caso: dos acordes, a golpe de metrónomo, a ritmo de carga de caballería.

Imposible negarlo: hay un componente innegable de pura simpatía en la reivindicación de estos paisanos. Salen en las fotos mal vestidos y peor peinados, sus respuestas en las entrevistas destilan la misma mala leche de base surrealista que las letras de sus temas, dicen “follar”, Isa es adorable cuando canta o cuando chilla y, en general, Triángulo de Amor Bizarro supone un soplo de aire en el panorama musical estatal. Aire fresco, hubiésemos debido escribir, sólo que aquí se trata más bien de aire viciado, rarefacto, aire cargado de electricidad como ocurre a veces antes de las tormentas; aire macarra, decididamente macarra, si la imagen es admisible. Además, con su repetición obsesiva de frases absurdas que acaban por vaciarse de sentido al tiempo que se cargan de significado, con sus melodías simples, irresistibles, infecciosas, su acelerado disco de debut, treinta y tres minutos por reloj, demuestra que Triángulo de Amor Bizarro son buenos, muy buenos.



Feist – The Reminder

Muy a mi pesar y gracias a enormes dosis de empatía, puedo llegar a comprender que alguien prefiera escuchar un disco de (glups) La Oreja de Van Gogh en lugar de uno de Animal Collective. Lo que a mí me parece pop gozoso, inmediato e inteligente quizás resulte indigesto, desagradable y chillón para otros. Bien. Lo que nadie podrá explicarme, sin embargo, es por qué una persona en pleno uso de sus facultades mentales decide escuchar a Amaia Montero o a Conchita pudiendo escuchar a Leslie Feist. La canadiense no revolucionará la historia de la música popular, e incluso da cierto reparo dejar fuera de esta lista el folk psicodélico y alucinado de Six Organs of Admittance (perdona, Ben) para incluir su último trabajo.

Se rinde uno, sin embargo, a su voz versátil y al gusto exquisito con el que se permite devaneos que parten siempre del pop luminoso y agridulce y juguetean con el folk, la música de baile, las reminiscencias cabareteras, las múltiples resonancias de la música popular norteamericana de los últimos sesenta años. Termina de convencer su capacidad de vestir cada canción con los ropajes adecuados, gracias a una producción impecable, ingeniosa, espontánea, inteligente. Niña prodigio, adolescente hipersensible, inspirada chanteuse, todo en una y en ocasiones simultáneamente, acabaríamos por odiarla a poco que se tomase en serio a sí misma. Pero, ay, revitaliza a golpe de sintetizador una vieja canción popular (Sea Lion Woman), pinta de colorines una historia de desamor (1 2 3 4), no rehuye las baladas desnudas hasta el tuétano (The Water), disemina un gritito por aquí, unos coros por allá, póngame aquí unas palmas et voilà, una perla (I Feel It All). Escrito a salto de mata, grabado al parecer en una mansión a las afueras de París junto con amigos, The Reminder es un disco ambicioso, que camina a menudo por el alambre de la dispersión pero acaba por caer siempre de pie, fresco y lozano, merced a una última pirueta de pop de primera clase

14 enero 2009

Cartas, un reencuentro

Me resulta difícil de creer el tiempo que llevo sin pasarme por el Cineclube. No recuerdo ni siquiera la última película que vi, pero dado que aún no he estado en su nuevo hogar en Santa Clara, al que se mudaron hace al menos tres o cuatro años, las cuentas están claras. Quien sabe si esta noche, cuando aparezca por allí, me toparé con los mismos cuatro gatos solitarios que nos removíamos, de frío e incomodidad, en las butacas de Xornalismo. A lo mejor, reaparece la multitud absurda e inesperada de la primera noche en la sala Yago, gente amontonada en las butacas durante la proyección de El ángel exterminador.

En cualquier caso, servidor piensa acudir puntual al reencuentro hoy a las diez de la noche, y reincidir, salvo cataclismo, todos los miércoles de enero. La culpable no es otra que Chantal Akerman, la cineasta y videoartista de origen belga, a la que dedican un ciclo este mes. Su obra ha sido asociada a menudo con la aparición de la crítica feminista y postestructuralista en los años setenta, asociación que difícilmente le conseguirá nuevos seguidores entre los lectores de este blog. De lo poco que conozco de sus instalaciones y películas, lo que de verdad me fascina es la pureza de su lenguaje, la distancia que establece con y en la imagen, y su voluntad de combinar unidades mínimas para jugar con el tiempo y el espacio.

La conocí de la manera más absurda, al poner la televisión al volver a casa un día a las dos de la mañana y encontrarme con ese estupendo, caótico programa del que ya hemos hablado por aquí. Retransmitían News From Home, una de sus primeras películas con cierta repercusión rodada en 16 mm a mediados de los setenta. Me quedé en el sofá, ligeramente borracho, hasta las cuatro de la mañana, fascinado por aquel relato apasionante y aparentemente carente de relato en el que planos fijos de la ciudad de Nueva York se entremezclaban con las cartas escritas a Akerman desde Bélgica por su madre, que la propia artista leía en off. Dos elementos simples combinados de una manera sencilla, pero que producían efectos extraordinarios.


“En mi obra hay una voluntad de silencio, un deseo de callar para decir más en otra ocasión. Una de mis películas, Sur, trataba un linchamiento en una ciudad del sur de EE.UU. La policía había trazado círculos en la calzada para señalar dónde habían quedado esparcidos los restos del asesinado. Yo los filmé y creo que aquellos círculos resultaban más elocuentes, más traumáticos, que la visión del cadáver.”

13 enero 2009

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Por el momento he conseguido salvar los datos de mi ordenador, comprobando de paso que su disco duro albergaba cinco películas de Tsai Ming Liang, cuatro canciones de un grupo llamado ¡Forward Russia! y un número indeterminado de fotografías desenfocadas, perfectamente prescindibles, invitablemente morriñentas. Todo gracias a un Cd de linux autoejecutable (¿? yo también) y, claro, la inestimable ayuda de Aguachimini. Gracias, chavalote!

12 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007: parte two [sic]

Julie Doiron - I Woke Myself Up

Explíquenmelo, por favor. Cómo se hace para no reverenciar a una mujer que comparte letanías acústicas, confesiones íntimas y susurros en un escenario (y poco después en un disco extraordinario) con Mount Eerie, y que una hora más tarde agita la melena al viento - cabezazo va, cabezazo viene - mientras revive en directo el rock lo-fi de Eric's Trip, la banda con la debutó en el mundo de la música a principios de los noventa. Sin contradicciones, con naturalidad gloriosa; la misma con la que mezcla folk, pop, rock, desilusiones y optimismo, serenidad, ingenuidad, rabia y ternura en su último trabajo firmado en solitario. La acompañan en varias canciones, por cierto, sus compañeros de correrías de juventud, e incluso produce uno de ellos.

Así, inevitablemente, el disco suena más compacto e intenso de lo que suele ser habitual en ella. A las melodías de guitarra acústica y a su voz, ahora frágil ahora poderosa, se suma un soporte rítmico nada desdeñable, que llena de energía muchas de las canciones - algunas inesperadamente optimistas, otras escarbando aún en los remordimientos, la culpa o la nostalgia. Sin embargo, con banda o sin ella, Julie Doiron conserva el gusto por el boceto, por la cotidianeidad hecha canción, por las melodías apenas esbozadas que se pierden y se reencuentran. Y así, oscila sin complejos. con una falta de ambición engañosa y desarmante, entre la Kimya Dawson más naïf ( I left town) y la PJ Harver pre-canciones de naná (Don't Wannabe Liked By You). Asombrosa.


Little Wings - Soft Pow'r

Por suerte, el título que encabeza este post no se refiere para nada (sería ya el colmo) a los discos más grandes del 2007. Little Wings, por desgracia, hubiesen tenido que quedarse fuera de la lista. Proyecto musical del artista multidisciplinar (no, no aceptamos freak) Kyle Draws, Little Wings hacen música delicada y preciosa. Soft Pow'r, apenas siete canciones, es ante todo un manifiesto de amor hacia las cosas pequeñas, que emociona por su calidez, deslumbra por su ingenio y cautiva por su swing.

Primos lejanos de nuestros queridos Ben&Bruno (cuya ausencia en la lista se debe exclusivamente al post en exclusiva que les dedicamos; de otro modo la hubiesen encabezado) apuestan también por reducir al mínimo los elementos como base para sus canciones: guitarra, inspiradísimos juegos de voces, elegantes percusiones, pianos ocasionales. Sin embargo, allí donde aquellos se limitan a los territorios más o menos amplios del folk, Little Wings introduce inesperadas, tímidas pero encantadoras derivas hacia una especie de soul pastoral. Contenida e irresistible invitación al baile solitario, a arrastrar los pies con los ojos cerrados en habitaciones en penumbra. Música cuya desnudez acongoja, que de puro pequeña se vuelve enorme.




Panda Bear – Person Pitch

Hace tiempo que tengo en mente un experimento sociológico de importante relevancia cultural. Se precisa un coche, cuatro amigos sin particular inclinación hacia términos como tropicalismo, experimental, psicodelia o afropop, un reproductor de Cd's, el último trabajo en solitario del animal Noah Lennox. Con discreción y sin introducciones previas de ningún tipo, se desliza el Cd y se pone la tercera pista. Después, tras los doce minutos de delirio inflamado y feliz - pop pluscuamperfecto e irresistible - de Bros, se buscan las huellas de la felicidad en los rostros de la gente.

Brian Wilson con un cargamento de drogas, encerrado con una colección de LP's durante todo un fin de semana en una pajarería. Es una definición aproximada, poco original pero eficaz, de la imagen mental que evoca Person Pitch. Meter en una licuadora cantos gregorianos, ritmos latinos, electrónica, samples a discrección, voces, voces, más voces, ahora un gritito, y que en vez de un churro salgan al final composiciones de exactitud matemática y garantizado jolgorio. Panda Bear estimula con igual éxito el intelecto y las entrañas. Por un prodigio inexplicable de alquimia musical el oyente es consciente de la belleza, elegancia y complejidad de las piezas al mismo tiempo que se abandona a su sensualidad rítmica. Meses y meses más tarde se siguen encontrando prodigios inesperados en mitad de cada canción: diez, quince segundos, en los que parece revelarse el orden musical del universo.

10 enero 2009

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Mi portátil ha muerto, por cierto. En los próximos días intentarán ayudarme a resucitarlo o, por lo menos, a salvar lo que escondía su memoria. Mejor no pregunten desde donde escribo.

El absurdo sublime y viceversa: Guido van der Werve

“El artista holandés Guido van der Werve hace el tipo de películas con las que Caspar David Friedrich hubiese soñado si tuviese sentido del humor y acceso a una cámara. Cargadas con una atmósfera de melancolía, pérdida y soledad, centradas en compositores muertos y en formas de baile con siglos de antigüedad, pero encendidas por el amor hacia el piano y la comedia absurda.

(...) Tienen el tipo de sensibilidad que Jörg Heisser definió como Conceptualismo romántico: una condición de gozo voluptuoso que se superpone a la rigidez de la ejecución conceptual a la que Van der Werve está obviamente ligado, con sus planos severos y poliédricas referencias a la historia y el tiempo.”

Jennifer Higgie. Frieze Magazine.

Es posible ver en youtube reproducciones parciales y de baja calidad de la obra: aquí y aquí.



Nummer acht: Everything is going to be alright, la obra de van der Werve en muestra hasta hace pocos días en una pequeña sala a orillas del Támesis, juega efectivamente con muchos de los elementos a los que hace referencia el texto. La proyección, que ocupa una entera pared, consta de un único y genial plano fijo, rodado con teleobjetivo. El artista camina delante de un gran buque rompehielos, en algún lugar perdido en medio de la Antártida. La perspectiva engañosa fortalece la sensación paradójica que produce la imagen: la pequeña figura humana parece abrir camino a la nave, afrontando con mucha mayor facilidad – con delicadeza casi – el enfrentamiento con un medio hostil.

Naturalmente es imposible ignorar el carácter absurdo y delirante de la acción y, por extensión, de la pieza que la documenta y exalta. El plano frontal de un hombre abriendo camino a una máquina nos remite directamente, de hecho, al Keaton de The General, una de las cumbres de la slapstick comedy. van der Werve comparte en cierto sentido con el gran cómico mudo una concepción trágica y desesperada, una mirada hacia la grandeza humana, a su capacidad de superación y de trascendencia, que pretende ser a un tiempo inocente y desencantada.

La sensación de frente al film del artista holandés es, de cualquier forma y en primer lugar, de rendida admiración ante la belleza, física y conceptual, de la imagen. Sólo en un segundo momento, y a medida que transcurre la proyección, aletea de fondo la sensación, perturbante, de que tras lo sublime se esconde el absurdo.


08 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007: parte one [sic]

The National. Boxer.

Curioso. Si me hubiesen preguntado hace un año cual de mis discos preferidos de aquel entonces dejaría de escuchar antes hubiese apostado por el cuarto LP de los de Ohio. Sonaba demasiado certero, demasiado inspirado, demasiado cercano a un cierto pathos e inmediatamente accesible como para suponerlo perdurable. Sin embargo, por el momento, sigo rindiendo religiosamente un par de escuchas mensuales a una colección de canciones que no deja de crecer, hasta superar al anterior y ya revelador Alligator.

Elegante, oscuro, vagamente siniestro, inesperadamente romántico, Boxer se sostiene ante todo en las variadas y ricas bases rítmicas de bajo y batería. The National alcanzan sus cotas más altas cuando la voz desastrosa y genial de Matt Berninger se pliega y se rebela a un tiempo a estos ritmos elegantes, urgentes pero contenidos. Lo consigue, por cierto, sorprendemente a menudo, y logra resultar de paso incomprensiblemente amenazante cuando se le supone seductor, arrebatador cuando canta al apocalípsis. Si además las guitarras más o menos afiladas se entremezclan con el protagonismo inesperado de teclados y metales, el resultado - Brainy, Fake Empire, Apartment Story, Start a War - no puede sino convencer y, sí, perdurar.




Port O’BrienThe Wind and the Swell

A punto estuve, ya en 2008 y al editar la banda su primer LP, de escribir un post anunciando que Port O’Brien habían perdido el rumbo. Podríamos discutir sobre la clase de monstruos en que nos ha convertido la red sidamos por acabada a una banda que acaba de sacar su primer disco, o debatir sobre si los coqueteos con los desarrollos progresivos setenteros de All we could was sing suponían un acierto o un lastre. El verdadero problema era que nada que hubiesen editado habría podido repetir esa conjunción astral que los llevó a juntar tamaña colección de piezas folk destartalado, canciones tocadas por la gracia divina del amateurismo inspirado, que llamaron The Wind and the Swell.

Resulta difícil de creer que el álbum es en realidad una recopilación de canciones de dos EP’s precedentes, y no producto de una tarde de resaca y café con los amigos, en una casa grande con vistas a la bahía. Las referencias marinas más o menos explícitas parecen inevitables a la hora de abordar (ven?) el album: Van Pierszalowski lo escribió en Alaska, donde pasaba largos períodos trabajando como marino. No obstante, las sensaciones que transmite son más génericas, más grandes, más ambiguas. Un sofa flotando hacia mar adentro, la música que suena mientras se aleja de la orilla; melancolía, distancia, soledad, amistad, recuerdo; prodigios cotidianos que se repiten, canciones que curan, pequeños milagros.




Animal Collective Strawberry Jam

Con la de discos interesantes que se editan durante el año y sobre los que podríamos escribir aquí, quizás sería mejor lavarnos las manos como otros, meter a los animales y al panda en un pack y ahorrarnos un slot. Ya. Pero, me pregunto, acaso tienen ellos la culpa de estar pariendo continuamente los discos pop más bellos, inteligentes, divertidos, histéricos, complejos y abrumadores del último lustro? Animal Collective están llamados a convertirse antes o después, a poco que el universo tenga algo de ese orden musical que anunciaban los sabios, en un fenómeno de masas. Hace poco comentaba con alguien que su directo actual, en formato trío, es lo más parecido a una verbena de qualitè: una fiesta popular donde lo sagrado y lo profano se unen en un éxtasis colectivo. No hablo de drogas, por cierto.

Ah, el disco, sí. Del LP en su conjunto poco podría decirles; lo habré escuchado en secuencia tres o cuatro veces. Fireworks, en cambio, quizás la haya puesto veinte o treinta veces en una semana, al igual que Peacebone o For Reverend Green. Será que más que nunca los animales se dedican a fabricar perfectas gemas de pop psicodélico; o será que cada una de estas canciones contiene mil y unas pistas que nos invitan a adentarnos por senderos infinitos de voces, ruidos y melodías superpuestas, sin que por un segundo dejemos de sentir la inmediatez gozosa de la canción. Qué quieren, en ellas uno se pierde feliz.



Bishop AllenThe Broken String

Bishop Allen & The Broken String serían la excepción en el afán revisionista que mueve esta serie de posts. Hacía ya unos cuantos meses que no escuchaba el segundo largo de la banda, un conjunto de amables y burbujeantes canciones, resultado de un año compositivamente febril en el que editaron un EP por mes. Suenan de fondo mientras escribo estas líneas y me desvivo con el ecualizador, intentando que las melodías que salen de los altavoces se asemejen a la música cálida, inmediata, ligeramente tontuna, vagamente melancólica, asequible, definitiva y concienzudamente pop que me acompañó casi día tras día durante un año espantoso.

Quizás, una vez cumplida su función, el embrujo de Bishop Allen se haya desvanecido para siempre. Es posible que la euforia sin sentido de Flight 180, la energía de Rain, el encanto irresistible de Butterfly Nets y, en general, la magia que desprendía cada acorde y cada melodía no vuelvan a alcanzar cierto nivel sin el contrapunto de un determinado momento personal. Queda en cualquier caso un puñado de canciones estupendas, un trabajo increíblemente compacto en el que hasta las piezas voluntariamente menores suenan inspiradas, divertidas, felices. Un disco para mover los pies, corear los estribillos, esbozar una sonrisa y sentirse, momentánea e injustificadamente, un poco menos solos.

07 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007 [sic]

Cada año, desde principios de diciembre, la prensa más o menos seria y todo hijo de vecino con blog que se precie se enzarzan en una competición por elaborar las más descabelladas y absurdas listas con lo mejor del año. Desde pequeñito soy alérgico a todo intento de encasillamiento; creo que me negaría a escoger un libro, una película, una comida o un #%¡# color favorito aunque me fuese la vida en ello. Y sin embargo, ay, cuando llegan estas fechas ojeo como todo quisqui los top50, 77 o 100, intentando averiguar que magnas obras de la industria cultural nos hemos perdido en el último año. Es concreto, la frivolidad implícita en eso que venimos llamando música popular pide a gritos listas de éxitos, toptens, mamarrachadas varias.

Qué demonios, he pensado, y me he concedido como regalo de reyes atrasado un par de horas para elaborar mi propia, churrigueresca lista. Eso sí, cutre y corto de reflejos que es uno, vamos a proceder, lentos pero seguros, con un año de retraso: comprobando si aquellos que a finales del 2007 estaba llamados a ser los enésimos nuevos Beatles han aguantado el tipo, si el hit ha hecho finalmente bluff, si hay que creerse o no el hype, si... En fin, creo que se entiende.

Quién sabe, a lo mejor iniciamos aquí una hermosa tradición, un nuevo ritual anual. Empecemos por recordar los 10+1 (ay, la originalidad como sobrevalorada virtud) discos editados durante el 2007 que, sosteníamos a finales de ese año, más mejor nos habían gustado:

Vic Chesnutt - North Star Deserter
Bishop Allen - Broken String
Los Planetas - La leyenda del espacio
Six Organs of Admittance - Shelter From The Ash
Arcade Fire - Neon Bible
Panda Bear - Person Pitch
Giardini di Miró - Dividing Opinions
Elvis Perkins - Ash Wednesday
Radiohead - In Rainbows
The National - Boxer
Richard Hawley - Lady's Bridge

Lo que nos queda es repasar, en un par de posts y doce meses más tarde, cuales son, ya sin ningún género de dudas, con convicción absoluta y total certeza, los 10+1 más mejores discos del 2007 [sic].

04 enero 2009

El buen antivirus contra el gusano asesino y otras (breves) historias

Hipnotizado, con la taza de café ya frío en la mano, observa como se deslizan por la pantalla los nombres de mil y un archivos: películas, canciones, imágenes. Reducidos cada uno de ellos a una simple línea de texto, que remite a su vez a una ubicación cualquiera al interno de un disco duro infectado, moribundo. Imposible apartar la mirada de la incesante letanía visual; imposible igualmente asociarla con la batalla silenciosa que se libra en las tripas de silicio, identificarla con el intento desesperado por salvar una/la/su memoria.

Puro sucederse de datos, de citas, de referencias descontextualizadas. Pura reiteración visual, aséptica y obsesiva iteración. Fuego que crepita, dulce que borbotea mientras cuece lentamente, lava emergiendo del volcán. Sucesión interminable e indiferente. Pulsión irresistiblemente vacua de la mirada abandonada.

La cultura, la memoria, reducida a una secuencia de nombres, fechas, títulos, duraciones, peso en gigabytes y, en fin, ubicación al interno de una única, monstruosa, unidad central.

Interior, casi día. El brillo frío de un monitor ilumina la escena. Se intuye a través de las ventanas la luz sucia del amanecer. Oímos, mientras se aleja, el lamento apagado de un autobús que no saldrá hasta dentro de tres noches. El sueño no acaba de llegar.