08 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007: parte one [sic]

The National. Boxer.

Curioso. Si me hubiesen preguntado hace un año cual de mis discos preferidos de aquel entonces dejaría de escuchar antes hubiese apostado por el cuarto LP de los de Ohio. Sonaba demasiado certero, demasiado inspirado, demasiado cercano a un cierto pathos e inmediatamente accesible como para suponerlo perdurable. Sin embargo, por el momento, sigo rindiendo religiosamente un par de escuchas mensuales a una colección de canciones que no deja de crecer, hasta superar al anterior y ya revelador Alligator.

Elegante, oscuro, vagamente siniestro, inesperadamente romántico, Boxer se sostiene ante todo en las variadas y ricas bases rítmicas de bajo y batería. The National alcanzan sus cotas más altas cuando la voz desastrosa y genial de Matt Berninger se pliega y se rebela a un tiempo a estos ritmos elegantes, urgentes pero contenidos. Lo consigue, por cierto, sorprendemente a menudo, y logra resultar de paso incomprensiblemente amenazante cuando se le supone seductor, arrebatador cuando canta al apocalípsis. Si además las guitarras más o menos afiladas se entremezclan con el protagonismo inesperado de teclados y metales, el resultado - Brainy, Fake Empire, Apartment Story, Start a War - no puede sino convencer y, sí, perdurar.




Port O’BrienThe Wind and the Swell

A punto estuve, ya en 2008 y al editar la banda su primer LP, de escribir un post anunciando que Port O’Brien habían perdido el rumbo. Podríamos discutir sobre la clase de monstruos en que nos ha convertido la red sidamos por acabada a una banda que acaba de sacar su primer disco, o debatir sobre si los coqueteos con los desarrollos progresivos setenteros de All we could was sing suponían un acierto o un lastre. El verdadero problema era que nada que hubiesen editado habría podido repetir esa conjunción astral que los llevó a juntar tamaña colección de piezas folk destartalado, canciones tocadas por la gracia divina del amateurismo inspirado, que llamaron The Wind and the Swell.

Resulta difícil de creer que el álbum es en realidad una recopilación de canciones de dos EP’s precedentes, y no producto de una tarde de resaca y café con los amigos, en una casa grande con vistas a la bahía. Las referencias marinas más o menos explícitas parecen inevitables a la hora de abordar (ven?) el album: Van Pierszalowski lo escribió en Alaska, donde pasaba largos períodos trabajando como marino. No obstante, las sensaciones que transmite son más génericas, más grandes, más ambiguas. Un sofa flotando hacia mar adentro, la música que suena mientras se aleja de la orilla; melancolía, distancia, soledad, amistad, recuerdo; prodigios cotidianos que se repiten, canciones que curan, pequeños milagros.




Animal Collective Strawberry Jam

Con la de discos interesantes que se editan durante el año y sobre los que podríamos escribir aquí, quizás sería mejor lavarnos las manos como otros, meter a los animales y al panda en un pack y ahorrarnos un slot. Ya. Pero, me pregunto, acaso tienen ellos la culpa de estar pariendo continuamente los discos pop más bellos, inteligentes, divertidos, histéricos, complejos y abrumadores del último lustro? Animal Collective están llamados a convertirse antes o después, a poco que el universo tenga algo de ese orden musical que anunciaban los sabios, en un fenómeno de masas. Hace poco comentaba con alguien que su directo actual, en formato trío, es lo más parecido a una verbena de qualitè: una fiesta popular donde lo sagrado y lo profano se unen en un éxtasis colectivo. No hablo de drogas, por cierto.

Ah, el disco, sí. Del LP en su conjunto poco podría decirles; lo habré escuchado en secuencia tres o cuatro veces. Fireworks, en cambio, quizás la haya puesto veinte o treinta veces en una semana, al igual que Peacebone o For Reverend Green. Será que más que nunca los animales se dedican a fabricar perfectas gemas de pop psicodélico; o será que cada una de estas canciones contiene mil y unas pistas que nos invitan a adentarnos por senderos infinitos de voces, ruidos y melodías superpuestas, sin que por un segundo dejemos de sentir la inmediatez gozosa de la canción. Qué quieren, en ellas uno se pierde feliz.



Bishop AllenThe Broken String

Bishop Allen & The Broken String serían la excepción en el afán revisionista que mueve esta serie de posts. Hacía ya unos cuantos meses que no escuchaba el segundo largo de la banda, un conjunto de amables y burbujeantes canciones, resultado de un año compositivamente febril en el que editaron un EP por mes. Suenan de fondo mientras escribo estas líneas y me desvivo con el ecualizador, intentando que las melodías que salen de los altavoces se asemejen a la música cálida, inmediata, ligeramente tontuna, vagamente melancólica, asequible, definitiva y concienzudamente pop que me acompañó casi día tras día durante un año espantoso.

Quizás, una vez cumplida su función, el embrujo de Bishop Allen se haya desvanecido para siempre. Es posible que la euforia sin sentido de Flight 180, la energía de Rain, el encanto irresistible de Butterfly Nets y, en general, la magia que desprendía cada acorde y cada melodía no vuelvan a alcanzar cierto nivel sin el contrapunto de un determinado momento personal. Queda en cualquier caso un puñado de canciones estupendas, un trabajo increíblemente compacto en el que hasta las piezas voluntariamente menores suenan inspiradas, divertidas, felices. Un disco para mover los pies, corear los estribillos, esbozar una sonrisa y sentirse, momentánea e injustificadamente, un poco menos solos.

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