12 enero 2009

Los 10+1 más mejores discos del 2007: parte two [sic]

Julie Doiron - I Woke Myself Up

Explíquenmelo, por favor. Cómo se hace para no reverenciar a una mujer que comparte letanías acústicas, confesiones íntimas y susurros en un escenario (y poco después en un disco extraordinario) con Mount Eerie, y que una hora más tarde agita la melena al viento - cabezazo va, cabezazo viene - mientras revive en directo el rock lo-fi de Eric's Trip, la banda con la debutó en el mundo de la música a principios de los noventa. Sin contradicciones, con naturalidad gloriosa; la misma con la que mezcla folk, pop, rock, desilusiones y optimismo, serenidad, ingenuidad, rabia y ternura en su último trabajo firmado en solitario. La acompañan en varias canciones, por cierto, sus compañeros de correrías de juventud, e incluso produce uno de ellos.

Así, inevitablemente, el disco suena más compacto e intenso de lo que suele ser habitual en ella. A las melodías de guitarra acústica y a su voz, ahora frágil ahora poderosa, se suma un soporte rítmico nada desdeñable, que llena de energía muchas de las canciones - algunas inesperadamente optimistas, otras escarbando aún en los remordimientos, la culpa o la nostalgia. Sin embargo, con banda o sin ella, Julie Doiron conserva el gusto por el boceto, por la cotidianeidad hecha canción, por las melodías apenas esbozadas que se pierden y se reencuentran. Y así, oscila sin complejos. con una falta de ambición engañosa y desarmante, entre la Kimya Dawson más naïf ( I left town) y la PJ Harver pre-canciones de naná (Don't Wannabe Liked By You). Asombrosa.


Little Wings - Soft Pow'r

Por suerte, el título que encabeza este post no se refiere para nada (sería ya el colmo) a los discos más grandes del 2007. Little Wings, por desgracia, hubiesen tenido que quedarse fuera de la lista. Proyecto musical del artista multidisciplinar (no, no aceptamos freak) Kyle Draws, Little Wings hacen música delicada y preciosa. Soft Pow'r, apenas siete canciones, es ante todo un manifiesto de amor hacia las cosas pequeñas, que emociona por su calidez, deslumbra por su ingenio y cautiva por su swing.

Primos lejanos de nuestros queridos Ben&Bruno (cuya ausencia en la lista se debe exclusivamente al post en exclusiva que les dedicamos; de otro modo la hubiesen encabezado) apuestan también por reducir al mínimo los elementos como base para sus canciones: guitarra, inspiradísimos juegos de voces, elegantes percusiones, pianos ocasionales. Sin embargo, allí donde aquellos se limitan a los territorios más o menos amplios del folk, Little Wings introduce inesperadas, tímidas pero encantadoras derivas hacia una especie de soul pastoral. Contenida e irresistible invitación al baile solitario, a arrastrar los pies con los ojos cerrados en habitaciones en penumbra. Música cuya desnudez acongoja, que de puro pequeña se vuelve enorme.




Panda Bear – Person Pitch

Hace tiempo que tengo en mente un experimento sociológico de importante relevancia cultural. Se precisa un coche, cuatro amigos sin particular inclinación hacia términos como tropicalismo, experimental, psicodelia o afropop, un reproductor de Cd's, el último trabajo en solitario del animal Noah Lennox. Con discreción y sin introducciones previas de ningún tipo, se desliza el Cd y se pone la tercera pista. Después, tras los doce minutos de delirio inflamado y feliz - pop pluscuamperfecto e irresistible - de Bros, se buscan las huellas de la felicidad en los rostros de la gente.

Brian Wilson con un cargamento de drogas, encerrado con una colección de LP's durante todo un fin de semana en una pajarería. Es una definición aproximada, poco original pero eficaz, de la imagen mental que evoca Person Pitch. Meter en una licuadora cantos gregorianos, ritmos latinos, electrónica, samples a discrección, voces, voces, más voces, ahora un gritito, y que en vez de un churro salgan al final composiciones de exactitud matemática y garantizado jolgorio. Panda Bear estimula con igual éxito el intelecto y las entrañas. Por un prodigio inexplicable de alquimia musical el oyente es consciente de la belleza, elegancia y complejidad de las piezas al mismo tiempo que se abandona a su sensualidad rítmica. Meses y meses más tarde se siguen encontrando prodigios inesperados en mitad de cada canción: diez, quince segundos, en los que parece revelarse el orden musical del universo.

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