Desvelos
Anoche no conseguía dormir. Cogí por la mitad una película de Rohmer y la dejé al rato, angustiado por la suerte de los personajes. Manoseé más que leí un par de novelas de la biblioteca a las que no termino de engancharme. Atraqué la nevera, me sentí culpable, volví a atracar la nevera.
Vi de nuevo en el ordenador la primera parte del mastodóntico documental sobre los años mozos de Dylan, empecé a descargar mentalmente discografías completas de viejas glorias folk de los cincuenta. Apagué la luz, imaginé derechas y reveses en un partido de tenis eterno (las ovejas me ponen nervioso). Encendí la luz.
Vi de nuevo en el ordenador la primera parte del mastodóntico documental sobre los años mozos de Dylan, empecé a descargar mentalmente discografías completas de viejas glorias folk de los cincuenta. Apagué la luz, imaginé derechas y reveses en un partido de tenis eterno (las ovejas me ponen nervioso). Encendí la luz.
Me puse a hojear la sección de postres de un libro de cocina italiana. No hallé nada de interés, pero hacia las cuatro y cuarto de la mañana me dormí al fin, imaginando un semifreddo de queso con peras confitadas y pimienta verde aromática. Tal vez algún día será el digno colofón a esos gnocchi de patata con ragout de conejo y negras aceitunas que sueño con volver a saborear, cocinados esta vez por mi propia mano.

Pero eso, amigos, será después.
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