15 octubre 2008

Cerca del cielo (y III)

Hace años, en un pequeño estudio de radio, en la facultad, un profesor intentaba enseñarnos a elaborar reportajes radiofónicos. Escuchamos, a modo de ejemplo, un programa realizado hace años por RNE sobre una expedición al K2, en la que había muerto el alpinista Atxo Apellániz. Los autores reconstruían los hechos a base de música, efectos de sonido, recuerdos de los miembros de la expedición y, sobretodo, las grabaciones de las conversaciones mantenidas por radio entre Apellániz y sus compañeros en el campo base. Como ejercicio didáctico la clase no funcionó: el reportaje resultaba torpe en el uso de los recursos expresivos, poco eficaz en la narración. Como experiencia resultó traumática.

Los fragmentos de las conversaciones por radio, independientemente del montaje más o menos afortunado, emergían con una brutalidad insostenible. El relato se volvía más y más terrible a medida que Apellániz sucumbía al cansancio: su voz comenzaba a ceder, sus palabras perdían coherencia. Finalmente, casi agotada la batería de su radio, respondía con toques: dos significaban sí; uno, no. Es difícil explicar el dramatismo intolerable de cada uno de aquellos chasquidos. Salí conmocionado de aquel estudio, mientras la mayoría de mis compañeros bromeaba, y aún hoy me turba leer una simple transcripción de parte de aquel diálogo. No he querido volver a escuchar el programa de nuevo, pero deberíais encontrarlo aquí, o bajo estas líneas.



Años más tarde, con un espíritu y un tono muy distinto (irónico, pero también sorprendentemente empático), Nacho Vegas afrontó desde su particular óptica la locura implícita en las gestas del montañero. Cerca del cielo fue desde el principio mi canción preferida de un disco monumental. Aunque siempre pensé que se limitaba a afrontar un tema genérico, parece que Vegas la escribió pensando en el alpinista vasco Juanito Oiarzábal: recordman de ascensiones a ochomiles, inesperada estrella televisiva, personaje controvertido que encarna como nadie las paradojas de aquel universo.


La canción construye su propia mitología, entre el distanciamiento y la admiración, en la que la obsesión por la montaña se funde con referencias clásica y cristianas más o menos irónicas. Al ritmo solemne del piano, guitarra y batería, se une el órgano, grandioso y torturado, que se eleva hacia las alturas. La letra y la melodía juegan con lo absoluto y lo grotesco, hasta conseguir abrazar la tragicidad, absurda al tiempo que sublime, de un modo de vida extremo.


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