12 junio 2007

Cecilia

Cecilia es la hija de uno de mis compañeros de trabajo. Cuando nació, hace ya cinco meses, anuncié que sería la niña más guapa del mundo, y el tiempo me está dando la razón. Nadie es perfecto, y los padres de Cecilia han decidido bautizarla. Durante la ceremonia me coloco en la última fila, me levanto y me siento cuando toca, me acuerdo todo el rato de Moretti: ¿se nota más si vengo y me quedo al margen o si no vengo?.

No pinto nada en la comida familiar, así que quedo otro día con ellos, en el parque, para darles los regalos. El libro ilustrado de nanas para neonatos pasa bastante desapercibido, pero a Cecilia le encanta el muñeco. Es un oso marrón, bastante rétro y un poco tristre, con un ojo más grande que el otro. Hace ruido cuando lo mueves y tiene unas patas largas que se balancean. Cecilia empieza a reir apenas lo ve y lanza grititos entusiasmada.


La cojo en brazos. Con la mano izquierda sostengo la niña contra el pecho, con la derecha muevo el juguete. Cecilia me mira, mira el muñeco, ríe continuamente y agita los brazos. Al rato se calma, deja de moverse y apoya mecánicamente la mano derecha en mi hombro, intentando acomodarse. La niña ignora el estupor extasiado que el gesto despierta.

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