22 junio 2007

Pasolini

Pier Paolo Pasolini murió hace casi treinta y dos años, de noche, asesinado, en un aparcamiento polvoriento de Ostia, no lejos de la ciudad de Roma. Se fue, como el último de los Buendía, ocupado en profetizar su propia muerte. Aunque antes o después publicaremos un especial de 48 posts sobre el más bello de los hombres, me apetece recordarlo en dos destellos.

Uno es el recuerdo de un párrafo de una mediocre entrevista a Bernardo Bertolucci que leí por casualidad hace unos meses. Bertolucci cuenta como una madrugada llamó a la puerta de su padre –el poeta Attilio Bertolucci, amigo y vecino de Pasolini- un hombrecillo de mirada febril, vestido con un traje oscuro y la compostura de un campesino, que visiblemente alterado quería discutir con el poeta sobre ciertos versos. El joven Bernardo tuvo el tiempo de cerrar la puerta con llave en las narices de un Pasolini atónito, antes de llamar a la policía.

Mi segundo recuerdo va a esa estrofa embrujada que encabezó el antecesor de este blog durante los meses que duró el experimento. Son los únicos versos que, sin pretenderlo, han quedado grabados a fuego en mi memoria, y así los transcribo y los traduzco.

Schiuma benché più fervida,
anzi felice,
questo fermento di tanta vita perduta
e troppo bella se ritrovata qui,
fuggevolmente e disperatamente,
in una terra che è solo visione.

Espuma aunque más ferviente,
feliz incluso,
este fermento de tanta vida perdida,
demasiado hermosa al hallarla aquí,
fugaz y desesperadamente,
en una tierra que es sólo visión.

Pier Paolo Pasolini (1922-1975). La religione del mio tempo.

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