23 noviembre 2008

De la lengua

Por primera vez me encuentro utilizando la lengua gallega durante la mayor parte de mi tiempo. En el mejor de los casos, podría afirmarse que hablo y escribo un gallego meramente aceptable, de laboratorio, aprendido en la escuela y la televisión; una lengua fría, un instrumento de comunicación, no esa materia viva y pulsante que nos sirve para dar nombre (para dar vida) al mundo que nos rodea. La relación entre los signos y las cosas cuando uso esa lengua está desprovista de vínculos sentimentales, pervive si acaso una cierta fascinación por la arbitrariedad excéntrica de ciertas palabras: nembargantes*, cogomelo, laiar. Naturalmente mi ignorancia o mi falta de soltura no implica que tenga prejuicios contra el idioma; me gusta usarlo, del mismo modo en que me gusta usar cualquier otro idioma, e intento hacerlo con la mayor corrección posible, pero no lo siento particularmente mío.

Mi compañera de trabajo, con la que no termino de simpatizar, es sin embargo gallegoparlante. Un comentario suyo reavivó el otro día un conflicto que desde hace mucho tiempo tengo conmigo mismo y con los demás, un conflicto que reemerge de vez en cuando en forma de pequeñas broncas y que nunca he conseguido cerrar, porque nunca he tenido la competencia (histórica, filológica) para hacerlo, ni el interés en adquirirla. Asombrada por mis frecuente uso del diccionario a la hora de redactar comunicados de prensa, y resistiéndose a creer que la palabra correcta en gallego para celda era cela, exclamó con una mueca de desprecio: “Ah, pero ti usas galego normativo?”

La respuesta, por desgracia, es no; aunque lo intento, los textos que redacto contienen seguramente pequeñas irregularidades sintácticas, gramaticales, ortográficas. Errores que seguramente no impiden la comprensión, pero que a mí mismo me resultaría inaceptable encontrar en un texto ajeno escrito en otra lengua. Mi compañera carece de este tipo de remordimientos, con la despreocupación de áquel que considera la normativa una mera formalidad académica. Los documentos legales que redacta en gallego son a veces casi ilegibles, no ya por esa sintaxis aberrante y barroca propia de la práctica legal, sino por la absoluta arbitrariedad con la que utiliza expresiones y palabras incorrectas o directamente inventadas. Lo asume con naturalidad y despreocupación, y así parece(mos) hacerlo esa jauría que intercambia(mos) escritos más o menos oficiales, aparentemente sin la necesidad de cerciorar(nos) de nos destrozar la lengua (sí, la versión normativa de la lengua, o aquella que decidamos adoptar como tal) a cada frase.

2 comentarios:

Hugo de Lugo dijo...

Es un debate muy difícil. Negarle a la gente que ha mantenido la lengua gallega viva durante una época oscura su correción, es cuanto menos, paradógico.
Pese a que nuestra generación ya ha sido educada en una normativa, ésta aún es vista como algo artificial y ajeno. Y bien, ¿cuándo una normativa no es artificial? ¿El diccionario de la RAE admite "pa" en lugar de "para"? ¿En qué región hispano-parlante no se comete ninguna incorrección? Mientras que puedo disfrutar un texto escrito en castellano que utiliza vocablos y acepciones castizas (pese a que no me gustan los toros, una crónica taurina es un bello ejercicio de escritura) no me ocurre lo mismo con el gallego. Mi lengua materna es el castellano, pero siento un enorme cariño por el gallego que siento también mío, eso sí, sin llegar a la estupidez que a veces guía a los políticos. Supongo que todo sera cuestión de dejarlo madurar y el tiempo colocará todo en su sitio.

tempestaire dijo...

Como ya he escrito, es un debate que cerraré de nuevo en falso, en parte porque carezco de argumentos definitivos, en parte porque éste no sería seguramente el lugar. Pero es fundamental, creo, diferenciar entre registros distintos: del mismo modo que sería inútil e inusto a exigirle a un gallegoparlante de ochenta años que adapte su expresión oral y coloquial a una normativa que no existía cuando aprendió (y mantuvo viva) la lengua, es igualmente inútil y contraproducente e injusto para con los propios hablantes, presentes y futuros, negar a la misma lengua la posibilidad de desarrollar un estándar culto, normativo. Y es de nuevo injusto e irresponsable confundir registros y, pudiendo hacerlo, negarse a utilizar una variante escrita correcta que se atenga a la normativa; es, de hecho, la forma más fácil de hacer que la lengua muera. Cual debiera ser ese estándar normativo es otro debate, para el que, repito, carezco de competencias.

Gracias por pasarte, Hugo.